Hormigón autorreparable

Investigaciones recientes demostraron que el hormigón utilizado en la antigua Roma presenta propiedades fisicoquímicas únicas, con implicancias técnicas relevantes para la ingeniería moderna. Su notable durabilidad se debe a un diseño de mezcla y a mecanismos activos de autorreparación. La durabilidad excepcional de ciertas estructuras construidas durante la época del Imperio Romano ha motivado estudios científicos destinados a comprender los mecanismos materiales responsables de su prolongada estabilidad. En ese contexto, un equipo de investigación del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) analizó mediante técnicas avanzadas de caracterización mineralógica y microestructural diversas muestras de hormigón milenario, identificando importantes elementos en su formulación que podrían redefinir la tecnología del hormigón moderno. Uno de los hallazgos más relevantes es la presencia de agregados de cal con una distribución heterogénea dentro de la matriz cementante. Lejos de tratarse de un subproducto indeseado por fallas de mezclado, como se pensó en investigaciones anteriores, estos clastos fueron identificados como componentes activos en la capacidad de autorreparación del material. Su reacción con agua infiltrada en fisuras genera precipitados de carbonato de calcio que obturan las grietas, limitando el avance de procesos degradativos y preservando la integridad estructural sin intervención externa. El estudio también verificó que los romanos empleaban una técnica de producción denominada mezcla en caliente, donde la cal viva era incorporada directamente a temperaturas elevadas junto con agua y puzolana —una ceniza volcánica rica en aluminosilicatos—. Esta reacción exotérmica favorecía la formación de una matriz altamente resistente y compatible con entornos marinos o húmedos, tal como lo evidencia la conservación de estructuras portuarias y acueductos sumergidos o expuestos a condiciones de saturación prolongada. Desde el punto de vista mineralógico, el proceso de hidratación y posterior reacción puzolánica dio lugar a la formación de fases cementantes estables y densas, capaces de resistir ataques químicos y ciclos térmicos a lo largo del tiempo. Los investigadores utilizaron herramientas como microscopía electrónica de barrido (SEM) y espectroscopía de dispersión de energía (EDS), revelando una estructura interna no homogénea, pero funcionalmente orientada a maximizar la durabilidad. A diferencia de los hormigones contemporáneos basados en cemento Portland, cuya vida útil promedio se estima entre 75 y 100 años debido a la limitada capacidad de resistir microfisuración y procesos de corrosión, la formulación romana aparece como un modelo resiliente, eficiente en recursos y de bajo impacto ambiental. La utilización de materiales naturales disponibles localmente, combinada con una comprensión empírica de la reactividad mineral, sugiere una ingeniería de materiales ancestral con principios que hoy podrían integrarse en el desarrollo de cementos alternativos más sostenibles. Estos avances en la comprensión del hormigón romano no solo representan una revalorización histórica de las capacidades constructivas de la Antigüedad, sino que abren nuevas líneas de investigación aplicada en áreas como la impresión 3D de hormigones, la infraestructura crítica de larga vida útil y los sistemas de construcción en ambientes extremos. La ingeniería estructural del futuro podría beneficiarse significativamente si se reinterpreta este legado milenario desde una perspectiva técnico-científica actualizada. Fuente: MIT, Massachusetts Institute of Technology.

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