En un contexto de incendios forestales cada vez más frecuentes y devastadores, la ingeniera estructural Ramla Karim Qureshi advierte que el diseño urbano y edilicio debe incorporar el riesgo de fuego con la misma seriedad con la cual actualmente se contemplan sismos o inundaciones.
Vivimos una época en donde los incendios forestales se vuelven cada vez más destructivos, en parte porque crecen los asentamientos humanos en zonas donde el desarrollo urbano se superpone con entornos naturales propensos al fuego. Las evacuaciones masivas y las viviendas arrasadas en Manitoba, Saskatchewan y Columbia Británica, son apenas un reflejo de esta peligrosa convergencia.
A pesar del impacto creciente del cambio climático, las sequías prolongadas y las olas de calor, seguimos edificando —e incluso reconstruyendo— en áreas que ya han demostrado ser vulnerables. El avance de las ciudades hacia antiguos bosques reduce las barreras naturales que frenaban la propagación del fuego, y con ellas, la seguridad de sus habitantes.
Como ingeniera estructural que vivió de cerca los incendios de Kelowna en 2023, sé que el temor es real y que los recuerdos del humo, la incertidumbre y la impotencia persisten. Al ver las imágenes de los incendios recientes en Los Ángeles, no me pregunté cómo había podido suceder, sino por qué no lo esperábamos.
En Canadá, al comenzar una nueva temporada de incendios, vuelve a quedar expuesta nuestra falta de preparación. Sabemos que el fuego puede atacar de tres formas: contacto directo con llamas, radiación térmica de edificios cercanos en combustión, o lluvia de brasas arrastradas por el viento, capaces de iniciar focos a kilómetros del incendio principal.
Datos recientes indican que cerca del 14 % de las edificaciones del país se ubican en la interfaz urbano-forestal. Pero si ampliamos esa zona de riesgo en solo un kilómetro, debido a la trayectoria de las brasas, más del 79 % de las construcciones quedarían bajo amenaza directa de ignición.


A diferencia de lo que ocurre con terremotos o inundaciones, el fuego aún no es tratado como una amenaza estructural primaria. Mientras diseñamos edificios capaces de soportar movimientos sísmicos o fuertes vientos, las normativas frente al fuego siguen siendo prescriptivas y a menudo demasiado simplistas.
Este desbalance deja expuestas a muchas construcciones. Así como nadie pensaría en levantar un edificio en Vancouver o San Francisco sin considerar los sismos, debemos empezar a contemplar el riesgo de incendio como un criterio ineludible del diseño arquitectónico y urbano.
Claro que adaptar edificios existentes o desarrollar construcciones resistentes al fuego implica inversiones. Pero el costo de no hacerlo —en vidas humanas, pérdidas materiales y recursos destinados a la reconstrucción— siempre será mayor.
Hoy ya existen alternativas a los materiales combustibles tradicionales. Nuevos tipos de hormigón, cubiertas metálicas y soluciones innovadoras permiten reducir la inflamabilidad de viviendas, cocheras y edificios anexos. Además, un planeamiento urbano más inteligente y basado en datos puede disminuir considerablemente la exposición de las comunidades.
En Jasper, Alberta, donde el fuego causó enormes daños en 2024, las nuevas pautas de reconstrucción proponen distancias mínimas entre viviendas y vegetación, y zonas de amortiguamiento no inflamables alrededor de cercas y terrazas de madera.
Si persistimos en edificar dentro de zonas boscosas, debemos ampliar los estándares constructivos y fortalecer los requisitos de ingeniería y planificación territorial. Eso implica actualizar los códigos de edificación y educar tanto a residentes como compradores sobre cómo minimizar el riesgo.


También se requieren políticas públicas más estrictas en cuanto a zonificación y reglas de edificación, para limitar la urbanización en zonas de alto riesgo. Las empresas proveedoras de materiales deben tener acceso a soluciones más seguras, algunas de las cuales aún están en desarrollo.
El avance en esta materia depende, en última instancia, de priorizar la investigación. Canadá cuenta con expertos en incendios forestales, pero cuando el fuego llega al entorno urbano, cambian las dinámicas: el tipo de combustible, los patrones del viento y la forma de propagación. Necesitamos estudiar estos nuevos escenarios con herramientas específicas.
La ciencia tiene muchas respuestas, pero sin recursos suficientes, no puede convertirlas en soluciones. Seguir sin actuar no solo agrava la vulnerabilidad de las personas, sino que multiplica los costos. Porque ignorar el riesgo es, en sí mismo, una decisión peligrosa.