AIE – Asociación de Ingenieros Estructurales

Puentes que transforman

La revista Structure, publicada mensualmente por el National Council of Structural Engineers Associations, presenta en su volumen 32 de mayo de 2025 el artículo “Puentes que conectan comunidades”, autoría de los estructuralistas Carlos Moscoso del Prado Gredilla y Lynn Williams.

En la Provincia Occidental de Ruanda, entre las empinadas colinas del distrito de Karongi, un nuevo puente peatonal se extiende sobre el río Muregeya. Esta estructura es mucho más que un cruce fluvial: representa un verdadero vínculo vital que transforma vidas y fortalece los lazos entre comunidades.

Su construcción es testimonio de una colaboración genuina y actitudes ingeniosas. El puente Muregeya Trail, construido en 2024 por las firmas TYLin, Introba, Dar y la organización Bridges to Prosperity (B2P), proporciona a más de 2.500 habitantes de cinco comunidades acceso seguro y permanente a escuelas, hospitales, servicios gubernamentales y mercados. Con 115 metros de longitud, es el puente colgante híbrido más largo jamás construido por B2P.

El terreno de Ruanda, conocido como la tierra de las mil colinas, ofrece un paisaje tan bello como exigente. El río Muregeya serpentea de forma abrupta a través de las laderas, y durante la temporada seca alcanzan los cinco metros de altura. Sin embargo, en época de monzones, este entorno pintoresco se transforma en una corriente impetuosa y peligrosa, con aguas que superan ampliamente las orillas.

La ubicación remota del puente y la inestabilidad del terreno obligaron a diseñar una solución resistente a los cambios del nivel del agua. El diseño híbrido incorpora un estribo de hormigón apoyado sobre roca en un extremo, y una torre de acero con base de hormigón construida a distancia del cauce para evitar deslizamientos e inundaciones, los mismos problemas que destruyeron un puente más pequeño hace veinte años. B2P fue responsable del diseño estructural y de la elaboración de los planos de construcción, aplicando estándares internacionales los cuales garantizan su resistencia al viento y al tránsito peatonal.

La estructura fue ensamblada con cables de acero, vigas, paneles prefabricados y varillas. La mayoría de los materiales fueron trasladados desde Kigali, la capital de Ruanda, o incluso importados del exterior.

En un ejemplo notable de reutilización, los cables principales provienen de barcos de carga estadounidenses que fueron donados en lugar de ser desechados. Todos los materiales seleccionados son resistentes y livianos, lo que permitió dividirlos en partes fácilmente transportables. Antes de la llegada de los voluntarios, trabajadores locales guiados por el equipo de B2P trasladaron los materiales a mano y construyeron el estribo.

En todos los proyectos de B2P, el gobierno local paga los salarios de los trabajadores de la zona, lo cual no solo representa un ingreso temporal, sino también una oportunidad para aprender sobre construcción, inspección y mantenimiento de puentes. Al finalizar la obra, se capacitó a varios miembros de la comunidad para garantizar su activa participación en la conservación de la infraestructura.

Acceder al sitio del puente era una tarea ardua. Cada día, los voluntarios recorrían media hora a pie a través de senderos montañosos, bajo un sol africano implacable y a una altitud de casi 2.800 metros. Durante la construcción, los equipos de TYLin, Dar e Introba trabajaron desde el lado de la torre mientras otro grupo lo hacía desde el lado del estribo. Sin un cruce temporal del río, toda la comunicación se realizó por radio. Los materiales se trasladaban mediante una tirolesa, y los equipos no se vieron cara a cara hasta que se instalaron los paneles del puente.

El cronograma fue tan ambicioso como preciso: menos de diez días para levantar la superestructura. Primero se erigieron los andamios y la torre metálica de once metros de altura, cuidadosamente posicionada con vigas guía. Luego vino uno de los desafíos técnicos más delicados: el tendido de los cables principales mediante tirolesa y poleas. Estos debían tensarse con precisión, ajustando su curvatura respecto a una línea imaginaria entre la torre y el estribo. Posteriormente, se instalaron las vigas transversales y los tensores que las conectan a los cables principales, conformando el sistema colgante. Los paneles del tablero, prefabricados y montados de a uno, se colocaron desde ambos extremos hasta encontrarse en el centro. Finalmente, se colocaron barandas, se pintó la estructura y se realizaron trabajos de jardinería en torno a los accesos.

Todo el proceso fue posible gracias a una fluida colaboración entre ingenieros de B2P, voluntarios y trabajadores locales. Cada obstáculo encontró una solución compartida, liderada por la experiencia de Ernest Niyigena, ingeniero jefe de B2P a cargo del equipo local. Entre las innovaciones del proyecto se destaca el diseño híbrido de gran longitud y el ingenioso uso de la tirolesa y un malacate para izar cables de 42 mm de diámetro, 170 metros de largo y más de mil kilos de peso cada uno, evitando así el esfuerzo extremo de transportarlos a mano, que igualmente requirió entre 10 y 15 personas por bobina. 

Las dificultades físicas fueron muchas: el idioma, el agotamiento, las enfermedades. Sin embargo, el grupo se unió fuertemente, desarrollando un sistema de comunicación donde tres voluntarios hablaban kinyarwanda y los demás se las ingeniaban con gestos. Para todos, fue evidente que esta experiencia superó lo técnico: se trató de comprender a una comunidad, su cultura y su forma de vida.

Más allá de la obra, el encuentro humano fue inolvidable. Los habitantes locales dieron una cálida bienvenida a los voluntarios, les enseñaron palabras en su idioma, compartieron canciones y danzas. Cada jornada comenzaba con saludos alegres y concluía con juegos y dibujos entre los niños y el equipo. Cuando algunos voluntarios enfermaron, los pobladores brindaron cuidados, alimento y apoyo moral. En la víspera de la inauguración, todos compartieron un asado festivo que coronó esta experiencia de intercambio genuino.

Un día antes de cortar la cinta, el equipo visitó una escuela local y dirigió una actividad donde cuatro estudiantes construyeron puentes en miniatura con palitos de helado y cinta adhesiva. Ante la mirada de todo el colegio, los pequeños prototipos soportaron con éxito el peso de vasos llenos de canicas y hasta piedras, despertando entusiasmo y admiración. Luego, los estudiantes ofrecieron danzas tradicionales, y los ingenieros compartieron sus conocimientos en una clase de física. El momento fue revelador: inspiró a los jóvenes y conmovió a los visitantes, dejando abierta la posibilidad de que algunos se conviertan en los constructores del mañana.

Más allá de los logros técnicos, fueron las vivencias personales las que dieron alma al proyecto. Los voluntarios, muchos de ellos ingenieros profesionales, no solo tendieron un puente: forjaron recuerdos duraderos con los habitantes de Karongi y entre ellos mismos. La experiencia los marcó profundamente, transformando su visión de la ingeniería, del trabajo humanitario y de la vida.

Uno de los momentos más intensos se dio al izar los cables sobre los andamios y pasarlos por la torre. La tarea exigía fuerza y sincronía, y los trabajadores locales entonaron cánticos para coordinar el esfuerzo, generando un instante de unión que definió el espíritu del proyecto.

Al concluir los trabajos, todos sintieron una mezcla de orgullo y asombro. Ghassan Issa, de Dar, confesó: “Subestimé cuánto impacto tenía nuestro esfuerzo diario hasta que desmontamos los andamios y vimos el puente terminado. Fue un momento de impacto directo”.

Para Karim Ali, lo más emocionante fue levantar la torre: “Cuando empezamos a tensar los cables y vimos la torre alzarse, sentí que estábamos logrando algo inmenso, como un verdadero equipo”.

Dahria Uwamahoro, de TYLin, habituada a diseñar en papel, vivió una experiencia reveladora al construir el puente junto a los pobladores: “Pensábamos que veníamos a ayudar, pero ellos nos enseñaron tanto como nosotros a ellos. Aprendimos habilidades que podremos aplicar en cualquier parte del mundo”.

Al concluir su tarea, Emmy, una trabajadora local, expresó mientras ajustaba los cables de la baranda: “Este puente era necesario”. Su frase sencilla y serena resumía el sentido profundo de toda la obra.

Los voluntarios llegaron a Ruanda como profesionales de la ingeniería, pero se marcharon con una comprensión transformadora del poder de la infraestructura. El puente terminado es símbolo de lo que puede lograrse con herramientas básicas, esfuerzo compartido y una meta común.

Aunque el Muregeya Trail Bridge es el puente colgante híbrido más largo construido por B2P, su verdadero impacto se mide en términos humanos: brinda a 925 niños un acceso seguro a la escuela, a 260 mujeres la posibilidad de partos asistidos, y a 544 hogares un incremento del 30 % en sus ingresos anuales.

Lo que antes era un cruce peligroso, hoy es un camino firme hacia la educación, la salud y el desarrollo.

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